Un susurro de cifras, de pesos, de nombres que flotan como cenizas en el aire denso. Veinte dedos atados. Veinte siglos cayendo en el mismo foso. Alguien dijo “justicia” y la palabra se desplomó sobre la mesa con el peso de un objeto inútil. Justicia. Justicia. Justicia. No hace eco. No resuena. Se disuelve en los labios de quienes la pronuncian con la boca llena. El tiempo se arrastra, serpentea entre los pies encallecidos de los que esperan. ¿Desde cuándo espero? ¿Desde cuándo el mundo se asienta sobre mis costillas como un edificio ruinoso? La justicia social, dicen. La justicia, responden. Pero es una moneda gastada, sin filo, sin cara ni cruz. Solo un trozo de metal oxidado que alguien arroja en la oscuridad y nunca toca el suelo.

—Todo es un equilibrio, ¿no lo ves?

Lo veo, lo veo demasiado. Veo el péndulo oscilando entre la condena y la indiferencia. Entre la boca que exige y la que devora. Entre la multitud encadenada y la risa de quienes juegan con las llaves.

El aire pesa. Se adhiere. Se cuela en los huesos como el frío de una noche eterna. Intento caminar, pero los pasos se disuelven antes de llegar a ninguna parte. Justicia social, murmuran las paredes. Justicia social, repite el reflejo en los escaparates polvorientos. Justicia social, gritan las pancartas olvidadas en las aceras resquebrajadas. Pero los labios que lo claman también tiemblan de hambre. Las manos que lo escriben también tiemblan de miedo. La justicia tiene huesos frágiles y se rompe al menor golpe. Y aquí estoy, recogiendo los fragmentos con los dedos ensangrentados, intentando encajar las piezas de algo que nunca estuvo completo.

¿Y si esto es todo? ¿Si el péndulo nunca se detiene? ¿Si la balanza está rota desde antes de que llegáramos? Me pregunto si la espera es el castigo, si la promesa es la condena. Si la sombra de la justicia es lo único que nos queda.

El ruido se vuelve murmullo, el murmullo se vuelve silencio. El silencio se convierte en un latido ajeno. El tiempo sigue, el día termina, la fecha cambia. Y la justicia… la justicia sigue en su caída interminable, sin tocar nunca el suelo.

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